Él era un justo, pero enemigos de lo bueno lo metieron en la cárcel,
y él le rezó a Dios para que le liberara.
Dios hizo aparecer ante sus ojos en su celda la llave de la cárcel
para que la cogiera y con ella abriera la puerta y quedara libre.
El justo se inclinó en reverencia ante la llave que venía de Dios,
la colgó sobre la pared, se arrodilló y rezó ante ella.
Todos los días le pedía a Dios ante ella que le librase de la cárcel…,
y seguía en la cárcel.
La llave como la religión, la voluntad de Dios, los diez mandamientos.
No son para adorarlos de rodillas, para recitarlos,
para estudiarlos, para memorizarlos.
Son para practicarlos.
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