La leyenda de la princesa de las nubes
Nacido en buena familia, Daye era un niño
guapo y muy inteligente. Cuando tenía diecisiete años se convirtió en
el joven más solicitado de su pueblo. Venían los casamenteros casi todos
los días para recomendarle chicas guapas de buena familia. Pero sus
padres los rechazaron tajantemente, porque el padre de Daye había tenido
un sueño, en el que un viejo inmortal le anunció que su hijo tenía que
casarse con la Princesa de las Nubes. Pasaron dos años, al ver que no
venía la anunciada novia de su hijo, los padres se ponían cada vez más
nerviosos, porque ningún casamentero volvió a pisar su casa. Se
arrepintieron de no haber escogido una chica de buena familia para su
hijo.
Un
día, cuando Daye estaba leyendo en su estudio, súbitamente una
agradable fragancia le llamó la atención. Levantó la cabeza y vio a una
joven bellísima entrando por su puerta. Varias criadas vestidas con
fina seda y de buen porte le seguían el paso. Enseguida, su estudio se
perfumó de un aroma embriagador y se iluminó con la extraordinaria
presencia femenina.
El joven quedó totalmente sorprendido de la extraordinaria aparición de la bellísima y elegante dama en su casa. Se puso sonrojado y un poco cohibido, pero acertó a decir algo que podía encajar en esa situación:
—¡Dichosos
ojos que ven la hermosura que ennoblece mi casa! La bella visitante
sonrió dulcemente, tapándose los dientes de perlas con la larga manga de
seda. En eso, una de las criadas dijo:
—La dama es la Princesa de las Nubes. Venimos de la Residencia Celestial.
Daye
se quedó casi anonadado con la súbita aparición de la Princesa tan
largamente esperada. Hechizado por la belleza de la lindísima mujer, se
quedó en el acto enamorado. Pero la emoción
le robó las palabras. Por rubor, la joven tampoco encontraba de momento
tema de conversación. Los dos se quedaron durante un buen rato, que se
interrumpió, afortunadamente, con la intervención de una criada
inteligente, quien puso entre los dos un tablero de damas chinas.
Nunca
antes Daye había perdido una partida en el pueblo, pero hoy no podía
ganar de ninguna manera a la Princesa de las Nubes. Antes de despedirse,
la bella mujer le dejó mil monedas de oro para que construyera una
casa, y quedaron en verse cuando estuviese concluida la obra. La
Princesa se fue, dejando en el joven enamorado una viva añoranza.
Antes de que pasaran dos meses, la nueva
casa quedó construida y amueblada. Esa misma noche se presentó
misteriosamente la princesa. El joven le pidió la mano, pero la princesa
le dijo:
—Si nos casamos, podemos vivir juntos sólo seis años. En cambio, podemos ser amigos durante treinta años. Tienes que elegir.
—Vamos a casarnos primero dijo Daye—, luego veremos lo que se puede hacer después.
Esa
misma noche se casaron. Vivieron seis años juntos impregnados de
felicidad. Tuvieron un hijo y una hija. Parecía que iban a vivir toda la
vida felices, hasta el punto que Daye perdió la noción del tiempo y
olvidó la separación anunciada. Un buen día desapareció misteriosamente
la Princesa de las Nubes. Daye se acordó repentinamente de que ese día
se cumplía el sexto aniversario de su matrimonio y comprendió que toda
opción inevitablemente comporta una renuncia.