Llegado su último día,
varios hombres se presentaron
a las puertas del Cielo.
Todos esperaban el definitivo abrazo del Señor,
ya que, según ellos,
habían vivido en estricta justicia,
tal y como exigían sus
respectivas religiones.
El primero,
a pesar de su extrema pobreza,
había tenido diez hijos.
Así lo aconsejaba su iglesia.
Su fidelidad y acatamiento a las
normas y principios promulgados por
los Sumos Sacerdotes de su religión,
habían llegado al extremo de autorizar
la muerte de su esposa, salvando así
–en el parto- la vida de su último hijo.
El segundo que había
amado intensa y sinceramente a dos mujeres,
había cumplido con la ley de su iglesia,
que sólo permitía el amor por una sola.
En medio de un gran sufrimiento,
aquel fiel practicante siguió el consejo
de sus sacerdotes, abandonando
a la segunda mujer, quien, desconsolada,
moriría por falta de amor.
El tercero, sumamente respetuoso de
la ley de su iglesia,
había dejado morir,
a una de sus hijas, al no autorizar
a la Medicina que le practicase
una transfusión de sangre.
Así lo ordenaba su iglesia...
El cuarto había contribuido
generosamente a la edificación de
nuevos templos,
asistiendo con sus frecuentes
donativos al sostenimiento de los
príncipes y ministros de su iglesia.
Su caridad había sido tan larga
como su fortuna, amasada con el sudor
y subterránea explotación de
sus muchos obreros.
El quinto, eminente doctor
en Leyes y Teología, había consagrado
su existencia a una implacable vigilancia
de la pureza de la Ley de su iglesia.
Su cielo espiritual había llevado a ciento de
heterodoxos a las cárceles,
al tormento e,
incluso, a la muerte.
El sexto y último aspirante,
siempre sumido en la duda,
había vivido alejado de todas las religiones.
Había sido amigo de santos y pecadores,
compartiendo con ellos el infortunio y
los golpes de la fortuna.
Había sido débil y fuerte.
Generoso y paciente. Alegre,
soñador y amante de mil mujeres.
Su única moneda había sido el Amor.
Y Dios, al verlos,
rechazó a los cinco primeros,
pidiéndoles volver.
«En mi reino –les dijo-no cuenta la Ley:Sólo el AMOR.»