La verdadera humildad
Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo.
Filipenses 2:5-7
Por decirlo así, el orgullo fue el pecado original, en cambio la humildad es la mayor virtud. La humildad no significa pensar mal de sí mismo, sino no pensar en sí. El perfecto ejemplo de humildad nos lo dio el mismo Señor Jesús. Él no defendió su posición como Dios, sino que voluntariamente se hizo hombre como nosotros, pero sin pecado. Era muy distinto de Adán, quien era hombre pero hubiese querido ser como Dios.
El Señor tampoco humilló a los demás, como es costumbre entre los poderosos de este mundo, sino que “se despojó a sí mismo”. Entre los hombres es común buscar, a toda costa, una posición encumbrada. Mas el Señor hizo lo contrario. Tomó “forma de siervo”, es decir, vino para servir a Dios y a los hombres. Estuvo lejos de querer humillar a los demás para engrandecerse a sí mismo, sino que por el contrario, se humilló en completa obediencia a Dios, hasta tomar el último lugar: la ignominiosa cruz del Calvario. Allí se castigaba con pena de muerte a los vulgares malhechores. ¡Esto fue la manifestación más grande de Su humildad! Aun mientras sufría los tormentos de la crucifixión, el Señor Jesús pensaba en otros. Así oró por el pueblo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. También se preocupó por su madre y tuvo palabras de aliento para otro crucificado que le pedía un favor.
© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)