Hoy, el Evangelio nos habla de tres temas importantes.
En primer lugar, de nuestra actitud ante los niños.
Si en otras ocasiones se nos hizo el elogio de la infancia, en ésta se nos advierte del mal que se les puede ocasionar.
Escandalizar no es alborotar o extrañar, como a veces se entiende;
la palabra griega usada por el evangelista fue “skandalon”,
que significa objeto que hace tropezar o resbalar, una piedra en el camino o una piel de plátano, para entendernos.
Al niño hay que tenerle mucho respeto, y ¡ay de aquél que de cualquier manera le inicie en el pecado! (cf. Lc 17,1).
Jesús le anuncia un castigo tremendo y lo hace con una imagen muy elocuente.
Todavía se ven en Tierra Santa piedras de molino antiguas;
son una especie de grandes diávolos (se parecen también,
en mayor tamaño, a los collares que se ponen en el cuello a los traumatizados).
Introducir la piedra en el escandalizador y echarlo al agua expresa un terrible castigo.
Jesús utiliza un lenguaje casi de humor negro. ¡Pobres de nosotros si dañamos a los niños!
¡Pobres de nosotros si les iniciamos en el pecado! Y hay muchas formas de perjudicarlos:
mentir, ambicionar, triunfar injustamente, dedicarse a menesteres que satisfarán su vanidad...
En segundo lugar, el perdón. Jesús nos pide que perdonemos tantas veces como sea necesario,
y aún en el mismo día, si el otro está arrepentido, aunque nos escueza el alma:
«Si tu hermano peca, repréndele;
y si se arrepiente, perdónale» (Lc 17,3). El termómetro de la caridad es la capacidad de perdonar.
En tercer lugar, la fe: más que una riqueza del entendimiento (en sentido meramente humano),
es un “estado de ánimo”, fruto de la experiencia de Dios, de poder obrar contando con su confianza.
«La fe es el principio de la verdadera vida», dice san Ignacio de Antioquía.
Quien actúa con fe logra cosas asombrosas, así lo expresa el Señor al decir:
«Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro:
‘Arráncate y plántate en el mar’, y os habría obedecido» (Lc 17,6).