Mujer, para que hablemos he venido,
He venido no más a hacerte un ruego,
tú recuerdas muy bien la noche aquella,
sobre tu boca infiel la miel de un beso
fulgió como la luz de una centella,
y ¡después todo acabó!, ¡tú lo mataste!
¿Qué cómo fue?, no lo sé y fuera locura
el volver a recordar aquel instante.
Hoy ya no pude más con la amargura
que aquella hora infeliz y desgraciada
¡ha sembrado en mi vida!, y he venido
a pedirte un favor, a que me arranques
el veneno infernal que en aquel instante
tú vertiste en mi ser, a eso he venido,
a que me quites lo que el olvido
no ha podido arrancar a mi alma enferma,
enferma de traición y de engaño,
enferma por tu amor y por tu daño.
¡No me lo niegues, no!, que ese mutismo
que cobija tu ser, es el recuerdo
que llevo clavado en mí, como saeta,
es el silencio cruel que siguió al beso
cuando mis ojos al mirar tus ojos
vieron el nombre que llevaba impreso
en ellos la traición, el otro nombre.
Ahora no me lo niegues, ¡no!, que si estoy loco,
lo que pienses decirme importa poco,
sólo un beso no ¡más!