Mientras el insomnio me castigue sin tregua,
en justa revancha seguiré soñando despierta.
Cada noche, nos cruzaremos en el camino que excavan los sueños,
entrelazaremos las manos en el espacio que surca el viento.
Yo era, en mi escéptica rebeldía,
la que de ningún nacido hombre fue jamás prisionera.
Ahora, quiero ser voluntaria cautiva,
inmolarme como virgen tardía
y quedar sujeta, atrapada entre tus piernas.
Que cinceles en mi cuerpo una huella,
el rítmico ir y venir
de tu impetuosa masculinidad,
que aspires a bocanadas largas el aroma
de mi renacida femineidad.
La piel que me cubre por fuera,
es de tu exclusiva propiedad.
Esta boca atenazada ya por la sequía,
te pertenece, pues tus labios propagan deseo a los míos.
El río de fuego que arde en mis arterias,
que se aviva y ruge incandescente,
eres tú quien lo ha prendido.
Lo que cala en la médula de mis huesos,
es la falta de los besos que no me das,
que sin darte cuenta, me escatimes algún te quiero.
Todo lo demás, lo doy por mío ante notario impreso.
Amarte sin medida me otorga ese derecho.
Cada vez que de mí estás obligado a alejarte,
de tu boca apretada se cae un suspiro.
Ese y no otro, es el presente de nuestro sino,
y en perpetua melancolía, languideceré esperándote.
Lola María A. Correa