Alejandro l fue Zar de Rusia, y una importante figura en las guerras contra Napoleón, nació en 1777 y muere, o se cree que muere en 1825. El poema que presento desde luego que no es una biografía, solo espero destacar los hechos de un acontecimiento, de un suceso en su vida que ha pasado a la especulación, a la sospecha de una tragedia familiar envuelta en el misterio, ya que hoy intriga por sus aún no aclaradas conclusiones. Me explicaré mejor, Alejandro fallece en un lugar lejano llamado Taganrog, que es un rincón inhóspito y casi olvidado en la geografía rusa, pero la duda salta cuando siendo el Zar la persona más importante del imperio, es enterrado en el lugar con apuros, sin ninguna ceremonia, lo cual indica que algo no estaba claro, y esto dio pie a la suspicacia, a las conversaciones en voz baja de que el Zar en realidad no había muerto esa noche, sino que fingió su muerte para en el anonimato pagar una culpa, un pecado convertido en ermitaño bajo el nombre de Fiodor Kuzmich y saldar una deuda oscura por el asesinato de su padre el Zar Pablo l, el cual murió víctima de una conspiración en su dormitorio en el castillo de San Miguel donde trataron de obligarlo a dimitir del mando, a que abdicara para que su hijo pudiera reinar, pero se resistió y alguien lo golpeó con una espada para después ser pateado en el piso cuando todavía agonizaba. Se sabe que esa noche Alejandro se hallaba en el palacio, en una habitación cercana y pudo escuchar los ruidos del crimen, y hasta tal vez ser testigo presencial del mismo sin hacer nada para evitarlo, lo cual hace entrever que conocía el plan para el asesinato de su padre, y más cuando el general Nicolái Zúbov participante del complot le ofreció la corona, la cual fue aceptada por él sin poner la menor objeción.
Para concluir y comenzar el poema, diré que la tumba de Alejandro l fue abierta en 1926 y se encontraba vacía.
Alejandro l, el peso de la conciencia...
Para la historia nos dejó una oscura
acción que oculta en su intensión lo cierto
para entender la intriga, una conjura
que pone entre la mente el desconcierto.
Un hondo drama que no halló salida
entre el ayer sinuoso en sus mareas
entre aquello perenne que no olvida
que existen en las almas odiseas.
Tal vez por la batalla con él mismo
con todo aquél pasado que cargaba
por una realidad, por un abismo
siniestro de un recuerdo que lo ataba.
Lo hacía delirar, lo hacía cautivo
de un lóbrego pasado sentencioso
lo hacía sin cesar lo negativo
de un ente sin alivio y sin reposo.
Que lo marcó una noche en ese enigma
del azar tras el filo en un empeño
ese que deja luego como estigma
la herida de una culpa en cada sueño.
Fue en la Rusia, en el tiempo de los zares
tiempo de confusión, tiempo de odio
tiempo de hacer saltar los singulares
motivos para un trágico episodio.
Donde su padre en una acción reacia
fue muerto en un complot que no perdona
donde apuró la suerte la desgracia
para imponer con la sangre una corona.
El fue testigo, contempló aquél acto
brutal que nos conmueve en la distancia
y con el crimen rubricó ese pacto
que luego le causara repugnancia.
Y se alejó de todo, de este mundo
se hundió en la pena, en el recogimiento
por un error, por un dolor profundo
por depresión, por arrepentimiento.
Algo sin dudas que cambió el criterio
radical con él mismo, con sus modos
para enterrar su nombre en el misterio
y ser un muerto entonces para todos.
Para cambiar sufriendo el escenario
para buscar de arriba la clemencia
para arrastrar su vida en un calvario
para encontrar la paz en su conciencia.
Ernesto Cárdenas.