UN DIA MAS
La ventana mostraba una plaza poco iluminada, rincón para el encuentro de enamorados, pensó… recordando tiempos ya idos.
Acababa de ducharse, sostenía con una mano una taza de té caliente, con la otra despejaba el vidrio empañado, la temperatura afuera estaría por debajo de los cero grados…estaba parada allí, tratando de olvidar lo sucedido aquella tarde, en que la suerte no estuvo de su lado, como estaba acostumbrada. Escuchó la música de su celular…masculló un impropio…no le permitían unos pocos momentos de privacidad...
Escuchó la conocida voz metálica…-La fiesta es de gala, el tren parte hoy a las 20.10-
Arrojó con rabia el celular a la cama, miró el reloj impávido que la miraba desde la pared, revelaba la actualidad, 18.30. Le quedaba poco tiempo para prepararse. Eligió un vestido negro, zapatos de taco alto, un chal color fucsia. Luego de un maquillaje rápido y sencillo, llamó a la conserjería para pedir un taxi.
Bajó, aprovechó para comprar unos caramelos de menta en el kiosko del hall de entrada, y aguardó que le avisen cuando llegue el taxi.
Una menuda llovizna comenzó a caer cuando ella salió del hall del hotel para dirigirse a la fiesta.
-¿Para dónde va la señorita? – preguntó el taxista.
- A la estación del tren- respondió.
A lo largo del camino desfilaba gente a pie, otros en bicicleta y los más en vehículos de distintas marcas y precios ostentando, quizá, algo de lo cual carecían. La música que había puesto el taxista para hacer el viaje más agradable obraba en ella un gran poder evocador, llevaba en sus notas la dulzura y amargura de los tiempos idos. Abrió la ventana del vehículo y un viento triste, como un niño perdido, le golpeó el rostro robándole los pensamientos. Sintió que las lágrimas asomaban a sus ojos, ocultó su cara entre las manos y suspiró haciendo un esfuerzo por apartar de su mente aquellos recuerdos diciéndose que el destino no podía obligarla a lo que ella no quisiera.
La voz del taxista la sacó de sus rememoraciones…
-Llegamos a destino, señorita.
Pagó el costo del viaje, agradeció al taxista, tomó su maleta, y enfiló a la estación.
A los escasos minutos de ubicarse en su compartimiento reservado, vibró su celular… no dudó que le controlaban sus pasos, como era acostumbrado.
-Debajo del asiento encontrarás lo necesario- dijo la voz inconfundible de su jefe. Corta y concisa la llamada.
Se inclinó… y como estaba previsto encontró un estuche de cuero. No lo sacó del escondite, pues sabía que debería aparecer en un corto tiempo, el empleado que verificaba los boletos.
En unos cortos segundos golpearon la puerta, apareció una joven uniformada reclamando el boleto, lo selló, agradeció y desapareció.
Sin pérdida de tiempo, cerró el pestillo que trababa la puerta. Ahora, ya tranquila y segura, recogió el estuche.
Excelente obra de un experto. En apariencia, unos inofensivos prismáticos pequeños.
Entre medio de los lentes, un diminuto compartimiento para el proyectil; en este caso un casi imperceptible alfiler. En el costado derecho un pequeño soporte por medio del cual se sujetaría el aparatejo mientras se observara el objetivo; muy bien disimulado, un resorte casi invisible, accionaría el sistema, que dispararía el dardo fatal, al accionarlo con la presión de un dedo.
Después de guardar el estuche en su bolso de mano, sólo restaba llegar a destino, y con seguridad recibirá allí, las instrucciones pertinentes.
De acuerdo a lo averiguado, llegaría en un par de horas a la ciudad vecina.
Una vez más…esta rutina la sacaba de quicio…y así de repente flotó la pregunta que la agobiaba durante un tiempo, ¿hasta cuándo?
El tren llegó puntualmente, una espesa niebla cubría la ciudad, unos faroles iluminaban la estación donde apenas se lograba ver los rostros de las personas que allí se encontraban, esperando o dejando algún familiar o amigo. De repente, escuchó una voz que la llamaba por su nombre, era un hombre de fisonomía agradable, vestía chaqueta café y pantalones rayados.
-¡Acompáñeme!, soy el secretario del señor Adams, anfitrión de la fiesta que se llevará a cabo en el hotel de su propiedad. Permítame su equipaje, su habitación es la 302 y la fiesta comenzará en unos veinte minutos, por tanto tiene el tiempo justo para cambiarse.
Mientras se vestía, repasaba sus pensamientos y meditaba acerca de todo lo que tendría que realizar para que la orden de su jefe cumpliese el objetivo de su viaje, sabía que desde un principio debía mostrarse clara, activa y sociable para lograr, desde un comienzo, una buena impresión.
De pronto, escucha unos pasos acercándose sigilosamente a la puerta de su habitación, se acercó con cautela para mirar por el “ojo de buey” y comprobó que algo obstruía la visión.
Sus antenas entraron en acción.
Corrió con destreza alejándose de la puerta…llegó hasta la mesa donde había dejado el bolso de mano, tomó el arma, sacó el seguro, la cargó, con unos cortos y silenciosos pasos se ubicó a un costado del armario, y espero…
Su vista y oído se centraron en la puerta de entrada, creyó escuchar que alguien probaba el cerrojo, captó que introducían una tarjeta para desactivar el seguro electrónico.
No espero posibles e inesperadas sorpresas, se arrojó cuerpo a tierra, apuntó el arma hacia la puerta…escasos segundos y la puerta comenzó a separarse del marco…lo primero que vio fue un pequeño silenciador, esperó…una mano y luego una silueta enmascarada…ese era el momento, no dudó y apretó el gatillo…un agudo silbido cruzó el aire de la habitación…un cuerpo se desplomó abriendo la puerta de par en par.
El cuerpo yacía sobre el piso alfombrado, Arlette se inclinó sobre él, recorrió con sus hábiles manos todo el cuerpo sin encontrar herida alguna y se dijo a sí misma “No está muerto, sino simplemente aturdido”.
Luego de un rato escuchó sonidos de voces y pasos, sigilosamente salió de su habitación abandonando el hotel poco después de las 21:30.
Se dirigió caminando hacia la calle Libertad, que estaba atestada de gente, y abordó un bus que se desplazaba a bastante velocidad.
Era una mujer muy ágil, por tanto, no le costó mucho saltar al vehículo que estaba en movimiento, con gran indignación del conductor. Pagó rápidamente su pasaje y se bajó seis cuadras más allá cuando las luces del semáforo detuvieron el tránsito.
Todo indicaba que ya estaba lejos. Espero la pasada de un taxi, unos minutos fueron suficientes, subió y sin titubear, solicitó llegar al Aeropuerto Chico.
Llegaron…abonó el viaje, bajó del vehículo y sin prisa caminó hasta la entrada del edificio.
A esas horas, no era mucho el movimiento; era un pequeño aeropuerto de aviones particulares.
Se dirigió al bar, pidió un café. Mientras lo saboreaba, marcó el número clave en su celular. Escuchó la música acostumbrada, solo pronunció las dos palabras acordadas, -Nueva madrugada-
Pasaron escasos diez minutos, una atractiva mujer, con uniforme del personal aéreo, se acercó a ella, y expresó –Su avión ya está listo, sígame por favor-
Mientras subía las escalinatas del pequeño avión, respiró hondo…en su mente le pareció escuchar una voz…pero no le dio importancia, sonrió y entró. El reloj de abordó indicaba 23:10, cuando levantó vuelo.
La llamada de la noche, la intensa rememoración de todo lo que le ha ocurrido, el peligro que la ha acechado y oprimido le trae a Arlette la nostalgia de los años idos mientras sus ojos se nublan en un reprimido llanto.
El reloj avanzaba demasiado lento, una marea de recuerdos novelescos aflora a su mente, se presenta ante ella imágenes de todo lo vivido que convertía sus pesadumbres, trabajos, desengaños, afecciones, conflictos y alegrías en un cántico a la vida y también en pasajes llenos de amargas cenizas. Hacía esfuerzos para encontrarse a sí misma, para cumplir de algún modo la verdadera misión de su vida y no para seguir alejándose de ella.
La una y veinte de la madrugada, la luz dentro del avión la sacó de sus meditaciones, este ya comenzaba a trazar círculos sobre el aeropuerto para su aterrizaje.
Tierra firme, llega a su casa, se recuesta, cierra los ojos y aun cuando su cuarto está en tinieblas siente que la vida vuelve a brillar ante ella más bella que nunca.
¡Un día más…!
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Autores
María Cristina Sforzini Sepúlveda (Chile)
Beto Brom (Israel)
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