Resignación
¡Sin lágrimas, sin quejas,
Sin decirnos adiós, sin un sollozo!
Cumplamos hasta lo último... la suerte
Nos trajo aquí con el objeto mismo,
Los dos venimos a enterrar el alma
Bajo la losa del escepticismo.
Sin lágrimas... las lágrimas no pueden
Devolver a un cadáver la existencia;
Que caigan nuestras flores y que rueden,
Pero al rodar, siquiera que nos queden
Seca la vista y firme la conciencia.
¡Ya lo ves! Para tu alma y para mi alma
Los espacios y el mundo están desiertos...
Los dos hemos concluido,
Y de tristeza y aflicción cubiertos,
Ya no somos al fin sino dos muertos
Que buscan la mortaja del olvido.
Niños y soñadores cuando apenas
De dejar acabábamos la cuna,
Y nuestras vidas al dolor ajenas
Se deslizaban dulces y serenas
Como el ala de un cisne en la laguna
Cuando la aurora del primer cariño
Aún no asomaba a recoger el velo
Que la ignorancia virginal del niño
Extiende entre sus párpados y el cielo,
Tu alma como la mía,
En su reloj adelantando la hora
Y en sus tinieblas encendiendo el día,
Vieron un panorama que se abría
Bajo el beso y la luz de aquella aurora;
Y sintiendo al mirar ese paisaje
Las alas de un esfuerzo soberano,
Temprano las abrimos, y temprano
Nos trajeron al término del viaje.
Le dimos a la tierra
Los tintes del amor y de la rosa;
A nuestro huerto nidos y cantares,
A nuestro cielo pájaros y estrellas;
Agotamos las flores del camino
Para formar con ellas
Una corona al ángel del destino...
Y hoy en medio del triste desacuerdo
De tanta flor agonizante o muerta,
Ya sólo se alza pálida y desierta
La flor envenenada del recuerdo.
Del libro de la vida
La que escribimos hoy es la última hoja
Cerrémoslo en seguida,
Y en el sepulcro de la fe perdida
Enterremos también nuestra congoja.
Y ya que el cielo nos concede que este
De nuestros males el postrero sea,
Para que el alma a descansar se apreste,
Aunque la última lágrima nos cueste,
Cumplamos hasta el fin con la tarea.
Y después cuando al ángel del olvido
Hayamos entregado estas cenizas
Que guardan el recuerdo adolorido
De tantas ilusiones hechas trizas
Y de tanto placer desvanecido,
Dejemos los espacios y volvamos
A la tranquila vida de la tierra,
Ya que la noche del dolor temprana
Se avanza hasta nosotros y nos cierra
Los dulces horizontes del mañana.
Dejemos los espacios, o si quieres
Que hagamos, ensayando nuestro aliento,
Un nuevo viaje a esa región bendita
Cuyo sólo recuerdo resucita
Al cadáver del alma, al sentimiento,
Lancémonos entonces a ese mundo
En donde todo es sombras y vacío,
Hagamos una luna del recuerdo
Si el sol de nuestro amor está ya frío;
Volemos, si tú quieres,
Al fondo de esas mágicas regiones,
Y fingiendo esperanzas e ilusiones,
Rompamos el sepulcro, y levantando
Nuestro atrevido y poderoso vuelo,
Formaremos un cielo entre las sombras,
Y seremos los duendes de ese cielo.
MANUEL ACUÑA
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