Hay dos tipos de deseos o de de¬pendencias: el deseo de cuyo cumpli¬miento depende mi felicidad y el deseo de cuyo cumplimiento no depen¬de mi felicidad.
El primero es una esclavitud, una cárcel, pues hago depender de su cumplimiento, o no, mi felicidad o mi sufrimiento. El segundo deja abierta otra alternativa: si se cumple me ale¬gro y, si no, busco otras compensaciones. Este deseo te deja más o me¬nos satisfecho, pero no te lo juegas todo a una carta.
Pero existe una tercera opción, hay otra manera de vivir los deseos: como estímulos para la sorpresa, como un juego en el que lo que más importa no es ganar o perder, sino jugar.
Hay un proverbio oriental que dice: "Cuando el arquero dispara gratuita¬mente, tiene con él toda su habilidad." Cuando dispara esperando ganar una hebilla de bronce, ya está algo nervio¬so. Cuando dispara para ganar una me¬dalla de oro, se vuelve loco pensando en el premio y pierde la mitad de su habilidad, pues ya no ve un blanco, sino dos. Su habilidad no ha cambiado pero el premio lo divide, pues el deseo de ganar le quita la alegría y el disfrute de disparar. Quedan apegadas allí, en su habilidad, las energías que necesitaría libres para disparar. El deseo del triun¬fo y el resultado para conseguir el pre¬mio se han convertido en enemigos que le roban la visión, la armonía y el goce.
ANTONY DE MELLO