Erase una vez una niña como tú, quizás un poco más mayorcita. Le encantaba perder el tiempo en compañía de los árboles, de los pájaros, del viento... Su vida transcurría entre las obligaciones diarias y unas largas y placenteras estancias en el bosque que rodeaba su casa. Se sentía un ser especial. Muchas veces había hablado a sus compañeros de clase, cuando aún asistía a la escuela, de lo bien que se lo pasaba sola en aquel bosque, aunque siempre la miraban burlones y se reían.
Todo aquello no lo entendía muy bien, pero le daba lo mismo; se sentía diferente y no le importaba.
Cierto día, algo llamó su atención, era un ruido que le hizo volver la cabeza. En muchas ocasiones había tenido encuentros fortuitos con animales que habitaban entre los árboles. Pero algo le decía que aquel sonido no era de ninguno de ellos. Como si de un juego se tratase, saltó girando de golpe, y lo que pudo ver por un segundo tan sólo, le dejo sin habla. Fue brevísima la visión, pero estaba muy clara: un duende, pequeño como un ratón, se escondía detrás de un gran árbol, y ella lo había visto. Sabía que no podía agarrarlo, pero se dirigió lo más rápidamente que pudo hacia aquel lugar. "Te pillé", le dijo, pero ya no estaba allí.
Pasaron días y días, semanas, incluso meses, y no conseguía verlo otra vez. Aun así, sabía que allí se encontraba, y seguramente no estaba sólo. Su querida abuela le contaba muchas historias de duendes y hadas, y por eso la pequeña, tratando de averiguar, le preguntaba insistentemente sobre aquellos cuentos. Tanto perseveró
en el tema, que llegó el día que la buena mujer quiso saber el motivo del interés excesivo de su nieta, pero no logró sacarle ni una palabra ni media.
Creía la niña que, como en las viejas historias que le narraban, si guardaba el secreto de su misterioso encuentro, lo salvaría de todo mal, consiguiendo así, posiblemente, ver de nuevo a aquel duende. Seguía pasando el tiempo, y nada. Pero no por ello perdía las esperanzas de volver a ver al pequeño ser, cazado por su vista de aquella manera tan rara. Y aunque a lo mejor no te lo creas, el tiempo le proporcionó una nueva oportunidad, que vivió con mayor intensidad y emoción que la vez primera.
Cierto día sintió como un estremecimiento que le llegaba muy dentro del alma. Y, ahí estaba. Pero no estaba solo, pues tres más iguales a él le acompañaban. No se asustaron, sino que cuando ella se acercó para decirles algo, se fueron, despidiéndose con la mano mientras se alejaban. Ya nunca más logró verlos. Pero, ¿sabes?, no me importa, porque sé que allí siguen todavía y tal vez algún día vuelvan a aparecer.