Cuando acudo a la presencia del amor de Dios en mí, encuentro consuelo en medio de las circunstancias difíciles. En un momento de devota paz, logro la visión de una vida que es eterna e inmutable, y me siento renovado. Experimento la presencia de Dios completamente y esa presencia me alienta y eleva mi corazón. La energía y la paz del Espíritu infinito me rodean y envuelven.
Deseo llevar conmigo el consuelo de esa paz durante todo el día. Decido mantener pensamientos de amor y usar palabras amables para compartir el consuelo del amor de Dios.
Al cerrar mis ojos, siento olas de aprecio y gratitud; me sumerjo en un sentimiento de bienestar profundo. Este acto de recordar mi divinidad consuela mi corazón.