Al orar por los demás, me comprometo a entregar las situaciones a la luz del Espíritu. Si me preocupo porque un ser querido tiene un reto, determino centrarme en Dios antes de orar. Respiro conscientemente e inhalo paz. Me tranquilizo y exhalo todos los sentimientos de preocupación.
Cuando estoy plenamente consciente de la presencia de Dios, mi corazón se serena y la energía afable de mi oración se magnifica. Afirmo que las soluciones surgen de maneras que bendicen, sanan y prosperan a mis seres queridos. Concluyo mi momento de oración con confianza y gratitud. Orar por los demás es mi honor sagrado. Mis oraciones hacen una diferencia en el mundo, y esa certeza me alienta.