He estado aprendiendo toda mi vida. Mi conocimiento ha crecido gracias a mi educación, a otras personas y a las experiencias de la vida. Mi sabiduría ha progresado, así como mi ser físico. Las funciones de mi cuerpo me mantienen saludable y mis sentidos me dan información acerca del mundo a mi alrededor. Mi mente y mi cuerpo son una puerta de entrada a mi vida espiritual.

Reconozco que Dios mora en mí. Mi mente, cuerpo y espíritu se armonizan, proveyéndome la comprensión que proviene de la integración de todos los aspectos de mi ser. Siento gratitud por mi sabiduría. La demuestro por medio de mis pensamientos y sentimientos, mis acciones e instintos, ¡y por mi conciencia divina!

El verdadero Silencio es un destino, un lugar de paz profunda y perdurable. Puedo accesar ese lugar descansando en Dios. Respiro profunda y conscientemente para sosegar mis pensamientos. En momentos de quietud, dejo ir lo que no es para mi bien.

Libero cualquier juicio y permito que los pensamientos inquietantes se disipen. Al permanecer sosegado, el silencio me envuelve. En este momento logro tocar la eternidad, donde el pasado y el futuro no existen. Siento que la paz y la calma permanecen conmigo el resto del día. Doy gracias porque puedo enriquecer mi vida profundamente. Aparto tiempo regularmente para recargarme y descansar en el Silencio.

El amor que siento en mi corazón me resguarda. No importa la circunstancia, mi consuelo está en el amor que me sostiene a pesar de todo. Como una cálida frazada, mi amor me protege de las asperezas de la vida. Acepto las etapas de pérdida y dolor que llegan a nuestras vidas.

Tengo presente que el amor de Dios es más grande y más poderoso que cualquier desafío que tenga que enfrentar. El amor que me consuela es también para ser compartido. Está en el amor de una palabra amable que se dice gentilmente. Está en el amor de una tierna caricia y de un oído paciente que escucha.

El amor en mi corazón hace que responda con compasión, que acepte el consuelo y que lo comparta, seguro de sus dones sanadores.

Para cosechar fruta madura, primero debo plantar un árbol en un terreno fértil, donde le llegue el sol y la lluvia. El árbol debe crecer fuerte antes que aparezca la fruta y esté lista para comer. Igualmente, cuando deseo cosechar el fruto de mi esfuerzo, comienzo cuidando de mí mismo.

Atender mi bienestar espiritual me alinea con la verdad de que soy un ser divino. He sido dotado con la fortaleza, la sabiduría y el amor de Dios. Antes de comenzar un proyecto, me centro en esa verdad y tomo los pasos necesarios para que mis esfuerzos den frutos. Planto las semillas de mi éxito con paciencia y espero con gratitud y fe que los resultados de mi labor den frutos en su momento.

Tal vez mi día no vaya como esperaba, puede que haya enfrentado un desafío tras otro. Quizás esté atrapado en el tráfico, me haya frustrado por una clase difícil o esté lidiando con un niño que no hace caso. Para centrarme de nuevo, me pongo cómodo y comienzo por suscitar la paz en mí. Con cada aliento, dejo ir las tribulaciones. Imagino mi lugar favorito: el bosque, un arroyo, la playa.

Me sosiego en ese lugar, imagino el canto de las aves, el agua que fluye o el vaivén de las olas. Me siento uno con el ritmo de ese lugar y todo lo demás se desvanece. Me sosiego aún más cuando recuerdo esos momentos en los que me sentí bendecido por una palabra amable, una sonrisa, una mano de ayuda, un halago sincero. Esos dulces recuerdos restauran el balance y establecen paz a mi mundo.

En medio de la tormenta, los discípulos le pidieron a Jesús que calmara el viento y aquietara el mar. Recuerdo ese relato cuando una tormenta de pensamientos angustiantes me agobia. Centro la atención en la esencia de Cristo en mí, y esta me guía hacia el sendero de la paz. Experimento serenidad, interna y externamente.

Dejo ir todo aquello que me inquieta y suelto cualquier carga agobiante. El reino interior de silencio es un espacio sagrado, un lugar de sanación y descanso. Yo soy un canal abierto a las ideas divinas. 

Cuento con la guía necesaria para que mi andar sea más apacible y alegre. Luego de orar, emerjo refrescado, sereno seguro y confiado.

El mismo hecho de estar vivo significa que tengo oportunidades para cambiar y crecer. Yo soy capaz de superar los desafíos, sin importar mi edad o cuánto tiempo haya mantenido mis actitudes y conductas. Fluyo con el ciclo continuo de crecimiento. Tengo confianza en que puedo manejar todo lo que la vida me presente y creo que todas las experiencias son catalizadores para el progreso.

El proceso continuo de la vida me permite crecer y cambiar para ser la mejor versión de mí. Busco comprender la vida y comprenderme a mí mismo mediante mis experiencias.

Aparto tiempo para momentos de reflexión y contemplación, y hacerlo fortifica mi resiliencia. Confío en mi habilidad para cambiar y vivir con autenticidad y voluntad para crecer.