Sin niveles óptimos de sinceridad, materia prima de cualquier relación, no hay niveles óptimos de confianza ni de seguridad en la relación. Esto, desde luego, nos aleja del amor, ya que pocas personas le apuestan a la “nada”, por decirlo de alguna forma, y menos, por lo general, si esto conlleva la “nada” en el aspecto de la fidelidad.
La infidelidad es, por su parte, una manera de decir: “no llenas mi vida; necesito alguien más”… “diferente a ti”. Aunque también puede significar muchas cosas más, como una necesidad de llamar la atención, o una expresión de agresividad frente a la pareja, entre otras.
Obviamente no estamos hablando en términos absolutos, porque nadie llena la vida de nadie. Nos referimos a las grandes y complejas implicaciones, que conlleva el ser egoísta en cualquier relación; porque el egoísmo de aceptar solamente lo “bueno” de mi pareja, jamás dará buenos frutos: jamás será algo conveniente.
La anterior actitud, tan característica en la infidelidad, ciertamente nos aleja del amor, puesto que de lo “bueno” se enamora la mayoría, pero de lo “malo”, casi nadie. De ahí que se sienta la necesidad de alguien más o de alguien diferente a esa persona: a mi pareja.
Y esto tiende a darse, no en vano, cuando surgen los problemas: algo inevitable en cualquier relación; inclusive, la mejor. Ciertamente, somos seres con cualidades y defectos, y a este conjunto es al que deberíamos apostarle. Es la base sobre la cual debemos decidir, para tener una relación con otra persona.
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