Entró en la ciudad de mi alma.
En sus puertas todo se me anuncia y transforma:
su aire, sus ríos, sus piedras…
Con cuidado piso sus calles, su luz y su sangre,
voy descalzo por el fuego de sus lumbres.
La flor que llevaba,
¿la habré perdido?
Grito y llamo
¡rosa, rosa…!
Sólo hay silencio.
Pero la ciudad refulge y me habla,
por ella van cantando los dioses de mi boca.
D/A