Cada 7 de noviembre la Iglesia recuerda al Beato Francisco Palau y Quer, sacerdote y fraile carmelita descalzo, nacido en Aitona,
Lérida (España), el 29 de diciembre de 1811.
Llamado al Carmelo
En 1828 ingresó al seminario diocesano de Lérida, donde estudió filosofía y teología durante cuatro años.
Terminados sus estudios, se incorporó a la Orden de los Carmelitas Descalzos.
El 14 de noviembre de 1832 recibió el hábito de la Orden en la ciudad de Barcelona y un año después, en 1833,
realizó su profesión solemne.
El 25 de julio de 1835 estallaron los llamados “motines anticlericales”,
organizados contra las Órdenes religiosas por su negativa a apoyar las reformas liberales en el país.
En Cataluña fueron incendiados los conventos y otras edificaciones religiosas.
Entre los edificios siniestrados estuvo el convento de Francisco Palau,
quien se había ordenado sacerdote poco antes, el 2 de abril de 1836.
Los años de exilio
El P. Palau se vio obligado entonces a huir junto con otros carmelitas.
En esas circunstancias se encargó personalmente de ayudar a escapar y proteger a uno de los frailes más ancianos de su comunidad,
que además era ciego.
Vivió doce años exiliado en Francia (1840-1851) y,
vuelto a España, fue confinado injustamente en Ibiza (1854-1860).
Allí fundó, en 1860, dos Congregaciones religiosas:
las Hermanas Terciarias Carmelitas y los Hermanos Terciarios Carmelitas.
Por intermediación de la reina Isabel II, logra arribar a la España continental,
donde organiza su obra apostólica y se dedica tanto a fortalecer sus Congregaciones
como a asistir a los carmelitas descalzos y al clero diocesano.
El P. Francisco llevaba una intensa vida de oración y meditación
-logró escribir algunos opúsculos espirituales-, que alternaba con el servicio a los pobres y enfermos.
A los periodos de retiro y aislamiento -más propios de la vida de un ermitaño-
le seguían los de servicio y apostolado.
Una de las misiones más difíciles que le tocó cumplir fue la de exorcista.
Las misiones populares y la catequesis
El Beato Francisco también organizó misiones populares catequéticas en las islas Baleares,
así como las que ya hacía en la península,
extendiendo con ello la devoción a la Santísima Virgen y la formación catequética a través de lo que denominó “Escuelas de virtud”.
Puso un empeño especial en la catequesis de adultos,
a quienes dedicó uno de sus escritos, la Catequesis de las virtudes.
Palau había descubierto una enorme cantidad de adultos que no habían recibido ningún sacramento o que no los tenían completos.
En 1870 viajó a Roma para participar en el Concilio Vaticano I.
El P. Francisco tenía un plan entre manos:
la formación de una Orden de exorcistas.
De hecho logró alcanzar un escrito con sus ideas a todos los padres conciliares que hablaban español.
Lamentablemente, el proyecto no prosperó debido a la interrupción del Concilio.
Legado espiritual y apostólico