Un padre tenía dos hijos.
El mayor estaba siempre a su lado,
y le servía, y hacía todo cuanto
salía por la boca de su padre. El menor, a todo cuanto decía
su padre le pedía el por qué, y nunca hacía nada que no hubiese
madurado en su interior. Un día vino la Enfermedad y,
llevándose al padre, sembró la desolación en aquella casa.
Y solo, con su desolación y sin saber qué hacer se quedó el hijo mayor,
mientras el menor construyó con prontitud una nueva casa. Así decía Quetzacóatl: Enseñen a sus hijos a volar,
mas no les impongan la forma de hacerlo, porque quizás ustedes volaron
en la vida como gaviotas, y ellos desean hacerlo como pajarillos.
Quizá ustedes volaron en la vida como halcones y ellos desean hacerlo
como águilas. Antes bien, enséñenles a escoger su vuelo.
Más para ello deben antes
conocer los secretos del vuelo, los secretos que
están en todas las formas de volar.
DEL LIBRO: ASÍ HABLABA QUETZACÓATL
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