Los animales del bosque se dieron cuenta un día
que ninguno de ellos era el animal perfecto:
los pájaros volaban muy bien, pero no nadaban
ni escarbaban;
la liebre era una estupenda corredora,
pero no podía volar ni sabía nadar...
Y así todos los demás.
¿No habría una manera de establecer
una academia para mejorar la raza animal?
Dicho y hecho.
En la primera clase de carrera,
el conejo fue una maravilla, y todos le dieron sobresaliente;
pero en la clase de vuelo subieron al conejo
a la rama de un árbol y le dijeron:
“¡Vuela, conejo!”.
El animal saltó y se estrelló contra el suelo,
con tan mala suerte que se rompió dos patas
y fracasó también en el examen final de carrera.
El pájaro fue fantástico volando, pero le pidieron
que excavara como el topo.
Al hacerlo se lastimó las alas y el pico y,
en adelante, tampoco pudo volar;
con lo que ni aprobó la prueba de excavación
ni llegó al aprobado en la de vuelo.
Convenzámonos: un pez debe ser pez,
un estupendo pez, un magnífico pez,
pero no tiene por qué ser pájaro.
Un hombre inteligente debe sacarle punta
a su inteligencia y no empeñarse en triunfar
en deportes, en mecánica y en arte a la vez.
Una muchacha fea difícilmente llegará
a ser bonita, pero puede ser simpática,
buena y una mujer maravillosa...
porque sólo cuando aprendamos
a amar en serio lo que somos,
seremos capaces de convertir
lo que somos en una maravilla.
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