El error está en suponer que si nosotros pudimos todos pueden. Y en querer usar nuestra propia vara como medida universal de lo que debería de ser.
Entonces vamos por la vida afirmando que si nosotros pudimos superar una enfermedad, una separación, una pérdida o cualquier otro acontecimiento, los demás también deberían.
Nos volvemos un autoejemplo compulsivo y cuando nos encontramos con alguien que vivió "lo mismo que nosotros" y que no ha podido "superarlo" o gestionarlo (de la misma forma que lo hicimos nosotros), lo acusamos de dramático, de cómodo, o de falto de voluntad, porque, desde nuestro punto de vista (totalmente egoico), todos contamos con los mismos recursos mentales, emocionales, espirituales, académicos y económicos para poder "superar" lo acontecido.
Entonces, en lugar de dar paso a la empatía, damos paso a la exigencia y al juicio. Exigimos que dejen de dramatizar. Exigimos que se dejen de quejar. Exigimos que salgan de su "zona de confort" y que de una buena vez lo superen.
Se nos olvida, que a pesar de que los acontecimientos pueden ser parecidos, la historia personal de cada persona nunca es igual, y que cada ser humano tiene el derecho de vivir su proceso como quiera, como pueda, y con las herramientas psicológicas, emocionales y espirituales que tenga a su alcance.
Dejemos de medir con nuestra vara la vida y los procesos ajenos, y abramos nuestro corazón hacia el entendimiento empático de quien está transitando eso mismo que a nosotros nos dolió, nos lastimó, o nos hizo daño en algún momento. (Blanca Bufk)
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