En un Mundo Feliz
En un mundo feliz muchas de las cosas que hoy se tienen en alta estima no tendrían razón de ser.
Empezando por el sacerdocio que se encarga de llenar de culpa al hombre, endilgándole un sentimiento de culpa derivado del pecado original, reforzado por prédicas similares, para terminar ofreciendo un paraíso celestial a quienes vivan en la resignación, y la resignación no es más que el desencuentro con la felicidad.
Después vendrían los políticos que, aprovechan la desventura a que son sometidos los excluídos de las riquezas materiales y de una deseable calidad de vida, todo lo cual constituye el terreno abonado para que sus prédicas redentoras se hagan buenas.
Seguidamente vienen los curadores, desde el chamán hasta el más connotado terapeuta, en competencia con taumaturgos y embaucadores, pasando por toda suerte de prácticas para aliviar al que sufre, prácticas que cada día se multiplican amenazando el ejercicio de los académicos que hasta ahora eran los guru reconocidos.
Diría que los editores y librerías también son usufructuarios, porque la literatura y los libros que ofrecen rescatar al hombre de su noria vital, también constituye una empresa que rinde significativos beneficios.
Qué decir de la industria farmaceutica, día día aumenta el consumo de los fármacos de efectos ansiolíticos y antidepresivos. Y aquí si que los países desarrollados pierden una, porque son ellos los mayores consumidores de tales medicamentos. De seguir por el camino que vamos, la medicación antidepresiva empezará a formar parte de la dieta cotidiana; se comerá pan con Prozac o producos lacteos antidepresivos.
En un mundo infeliz tienen mucho que buscar: la cosmetología, la cirugía plástica, y unos menos calificados pero más frecuentados como son los salones de belleza. Cuando hay una depresión incipiente o se esbosan rasgos de infeliz autoestima, las contingencias que tienen que ver con la belleza adquieren mayor importancia. Entonces las arrugas dejan de ser las inexorables huellas del tiempo, para convertirse en el pecado de haber llegado a la tercera edad; para muchos vejez es sinónimo de infelicidad, son aquellos que no han entendido que el cuerpo envejece y el alma crece.
En un mundo feliz el consumo alcohólico y de otras drogas de efectos euforizantes, o que la mente convierte en placenteras como el cigarrillo, practicamente pasarían a ser excentricidades o ridículas formas de llamar la atención.
El amor al dinero, que tantas desgracias ha inducido, debido a que muchos le atribuyen un poder alquímico, en la creencia de que puede comprar la felicidad, tampoco tendría entonces su alienante razón de ser.
En una palabra el mundo está condenado a ser infeliz, porque en un mundo feliz, todo o casi todo tendría que ser al revés de lo que es. Como es imposible darle vuelta al mundo, no queda otra alternativa que vivir en el mundo sin pertenecer al mundo.
A.D