No permitas que ella sea vacía.
Tú tienes la fuerza que puede cristalizar en un ideal;
condúcela por los caminos buenos y,
al practicar un balance al fin de la jornada,
toma siempre, aunque sea pequeño, el saldo positivo que ha dejado.
De nada vale vivir por vivir.
Haz que tu semilla se hinche en el surco, que germine, que por mala que sea la cosecha,
siempre te quedará la alegría de haberla sembrado;
y si acaso no recogiste nada, insiste.
Nunca aceptes una derrota, si no has intentado vencer.
¿Jamás has sentido como si te martillaran en el corazón, ante la evidencia de una injusticia?
No has amado nunca
Entonces, vuelca esa emoción, haz de ella de tu guía.
Si no comprendes esto, reflexiona.
Amargo y doloroso te será pulsar tu propia desgracia;
pero esto no debe ser porque eres joven.
Lucha…la indiferencia no te corresponde:
es muerte
y tú, vives.
Rompe las amarras que te impiden ascender para construir
y cuando tengas el alma caliente de inquietudes,
no cierres las puertas de tus sentimientos;
el egoísmo empequeñece;
tu vida debe entregarse como agua.
¿Por qué, para qué, quieres amar, leer, viajar,
si no te desprendes de algo que ello te haya dejado?
Tú no debes vivir con los ojos vendados al porvenir;
ellos tienen que ser guiadores en la noche de los desposeídos.
Vierte su luz en sus pupilas, haz que sobre la página lisa de su alma,
se impresione con caracteres firmes, una inquietud;
cualquiera, sólo ella bastará para centuplicarse más tarde.
Hurga, busca, nunca te detengas, la inmovilidad debe morir en ti,
porque en ti están basadas todas las esperanzas.
Si de este análisis y de su consecuencia, ríes o sufres,
no olvides que ello es propio de los hombres.
El verdadero ideal, está en saber que esa risa o ese dolor,
han tenido su germen, han fecundado en tu vida, o en la ajena.
Así se justifica que existas, así se alimentan plenamente las inquietudes:
cuando han sido savia sobre las raíces muertas.
Vive tú, joven, para la vida;
piensa, ama,
se enorme fragua donde se funda toda manifestación de humanidad
y después dime del sabor a fruta fresca que ello ha dejado
sobre la boca de tu conciencia.
Guillermo Etchebehere