Unos soldados se vanagloriaban en la casa de té de su reciente campaña.
Los habitantes del pueblo se apretujaban alrededor de ellos,
ansiosos por escucharlos.
-Fue entonces -decía un guerrero de fiero aspecto-,
cuando tomé mi espada de doble filo y cargué contra el enemigo,
dispersándolo a diestra y siniestra cual paja seca,
y triunfamos.
Hubo un sofocado aplauso de asombro.
-Esto me recuerda -dijo Nasrudín,
quien había presenciado algunas batallas en su época-,
una ocasión en que corté la pierna a un enemigo en el campo de batalla.
-Hubiera sido mejor,
señor -replicó el capitán de los soldados-,
haberle cortado la cabeza.
-Eso habría sido imposible -dijo Nasrudín-,
porque, verá usted, alguien ya lo había hecho antes.
Nasurdín
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