-le dijo Nasrudín a un vecino en quien veía una chispa,
aunque pequeña, de inteligencia-.
-Me encantaría -respondió el hombre-.
Ven a mi casa cuando quieras y háblame de ello.
Nasrudín comprendió que este hombre tenía
la idea de que el conocimiento místico
podía ser totalmente trasmitido por la palabra hablada,
y no dijo nada.
Días más tarde,
desde la terraza de su casa, el vecino le gritó al Mulá:
-Nasrudín, necesito tu ayuda para soplar el fuego;
el carbón se está apagando.
-Desde luego -dijo Nasrudín-;
mi aliento está a tu disposición.
Ven aquí y te daré tanto como puedas llevarte.