Mostraos cada día agradecidos por la vida que habéis recibido de Dios,
esta vida que os permite descubrir tantas riquezas.
Dad gracias por la felicidad de tener salud, una familia, amigos...
Y pensad también en todos los malos encuentros,
en todos los accidentes que pueden ocurrir a lo largo de la jornada
y de los que os habéis escapado.
Cuando volvéis a casa sanos y salvos después de haber viajado en coche,
¿pensáis acaso en dar gracias al Cielo?
Puede haber tantos accidentes en la carretera,
¡y a veces ha faltado tan poco!
Cuando pronunciáis la palabra «gracias»,
es como si hicieseis brotar en vuestra alma un manantial de luz,
de paz y de gozo.
Y este manantial inunda todas vuestras células.
Poco a poco, sentís que algo en vosotros se vivifica,
se fortalece, se ilumina.
De esta manera, el día en que tengáis que afrontar grandes pruebas,
no sólo no os derrumbaréis,
sino que seréis capaces incluso de seguir dando gracias.
No lo olvidéis:
la capacidad de dar gracias en las pruebas os ayuda a superarlas.
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