Si el deseo se enciende en mi pecho como brasas en una hoguera al saber noticias tuyas, si cuando apareces, aunque sea por breves momentos haces temblar cada rincón de mi alma, si solo una palabra de tus labios dibuja en mi rostro rayos de felicidad y de alegría.
¿Qué hago mal? Si en el sonido de tu voz escucho el coro de ángeles que me conducen hacia el cielo de tus deseos divinos, si imagino y recuerdo cada gota de los rocíos calientes de tu altar sagrado de mujer y mi sudor ardiente sobre el manantial de tu vientre.
Si quiero estar a tu lado y hacerte compañía con mis letras, mi voz, mis locuras, mi sed y la pasión incontrolable que me provocas, si te encuentro en cada escrito que derrama desde mi pluma el río de mis venas que se desliza por los poros de tu cuerpo para anclar en tus suspiros.
¿Qué hago mal? ¿Acaso no te conozco en verdad? ¡Dime!
¿No eres tú? ¿Has cambiado? Si te pido que me des otra oportunidad, que me indiques lo que te molesta y que no deseo cometer los mismos errores que hicieron que te alejaras, que cortaras la comunicación por tiempos prolongados e interminables.
Si en mi utopía anhelo un mundo a tu lado y espero cada día la señal de tus ojos que en una conexión de tus latidos iluminen mi alma para siempre.
¿Qué hago mal? Si siento que me amas, si te amo, si eres la musa de mis sueños, si soy el poeta de tu silencio… ¿Qué hago mal? Si no te tengo, si pago el alto precio de tu ausencia, si me extrañas amor y esa es mi mayor condena.