Hubo una vez un pájaro ya plumado
que languidecía en su nido prisionero de su propia magnitud…
Apenas podía moverse…
y su bella complexión se obscurecía por la pesadumbre…
Allí mismo… completamente abierto a su mirada…
envolviéndole por todas partes…
un vacío sin principio ni fin le llenaba de espanto…
“¡Qué terrible lugar es éste!…
¡Qué Dios terrible es mi Dios
que me ha creado solo en medio de esta desolación!…
Sólo este vacío me envuelve por todas partes…
y yo no comprendo que yo esté aquí solo…
apresado por este nido estrecho…sin poder apenas moverme…
Si yo estoy hecho para este vacío…¿por qué no viene él a mí?…
¿por qué no entra un poco de él en este nido…
de manera que yo pueda moverme…
pues mi inmovilidad me entorpece
y me abrumay mi corazón está lleno de frustración?”…
Mirad…No intentéis coger a Dios…
no intentéis hacer que Dios entre en vuestro nido…
Es el pájaro plumado el que es para el vacío
que sin principio ni fin le envuelve por todas partes…
Estáis plumados… luego volad…
volad desplegando toda vuestra inmensa magnitud…
volad llenando de alegría el Canto de la invitación de Dios…
No es vacío lo que os envuelve por todas partes…
es Dios mismo sosteniendo vuestras alas…
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