En una puesta de sol,
un amigo nuestro iba caminando
por una desierta playa mexicana.
Mientras andaba empezó a ver que,
en la distancia, otro hombre se acercaba.
A medida que avanzaba,
advirtió que era un nativo y que iba inclinándose
para recoger algo que luego arrojaba al agua.
Una y otra vez arrojaba con fuerza esas cosas al océano.
Al aproximarse más,
nuestro amigo observó que el hombre
estaba recogiendo estrellas de mar
que la marea había dejado en la playa y que,
una por una, volvía a arrojar al agua.
Intrigado, el paseante se
aproximó al hombre para saludarlo:
— Buenas tardes, amigo.
Venía preguntándome qué es lo que hace.
— Estoy devolviendo estrellas de mar al océano.
Ahora la marea está baja y ha dejado
sobre la playa todas estas estrellas de mar.
Si yo no las devuelvo al mar
se morirán por falta de oxígeno.
— Ya entiendo —replicó mi amigo—,
pero sobre esta playa debe de haber
miles de estrellas de mar.
Son demasiadas, simplemente.
Y lo más probable es que esto esté sucediendo
en centenares de playas a lo largo de esta costa.
¿No se da cuenta de que es imposible
que lo que usted
puede hacer sea de verdad importante?
El nativo sonrió,
se inclinó a recoger otra estrella de mar y,
mientras volvía a arrojarla al mar, contestó:
— ¡Para ésta si que es importante!
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