En mi barrio había una casa misteriosa. Parecía deshabitada y en ruinas, pero cada noche se veía una luz encendida a través de una ventana; sin embargo, nunca nadie había visto entrar ni salir de allí a nadie.
Durante la noche de Halloween nos gustaba disfrazarnos, explicar historias de terror escondidos en algún lugar solitario y oscuro, pero aquel año, después de haberlo discutido tantas veces, decidimos entrar en la Casa.
En realidad, aunque hacía tiempo que no vivía una experiencia emocionante y me apetecía, algo en mi mente me estaba diciendo que no era buena idea; por eso cuando Alex lo propuso y Laura se apuntó con entusiasmo, tardé en pronunciarme porque no sabía qué hacer. Susana fue más decidida:
-No. Yo AHI no entro. Entrad vosotros si queréis.
David seguía callado, como yo, y parecía tener ganas de que alguien tomara una decisión, la que fuera, lo antes posible. A Laura le aburría tener que preocuparse de la espera de Susana mientras ella estaba dentro de la Casa.
-¿Por qué no? Si tenemos miedo, pues nos vamos y ya está.
-Ni hablar. Sé que en esa casa...
Se calló en seco. Mientras Alex y Laura le pedían que continuara, David la miró como si adivinara sus pensamientos. De algún modo, yo necesitaba saber si lo que iba a decir era la historia sobre la Casa que contaba todo el mundo o si había algo diferente, pero me quedé mirando al suelo y preferí esperar, porque no quería avergonzarla delante de los demás.
-¿Qué pasa ahí dentro? ¡Dínoslo! -insistía Alex.
-Bueno... lo hemos oído un montón de veces: que está embrujada y todo eso... ya sé que parecen tonterías pero a mí no me hace gracia. Además, siempre hay algo que hace vida ahí dentro, por las noches...
-¡Venga, si está claro que ahí no vive nadie -dijo Laura-! Seguro es gente que va a pincharse...
David se tapó la sonrisa con la mano; Alex miró a Laura enfadado. Ella intentó corregir el error:
-O no... o... la gente que entra a hacer espiritismo... como nosotros.
-¿Y cómo es que nunca vuelven? -pregunté finalmente.
-Vamos, dejadlo ya: si nunca lo hemos hecho antes, ¿por qué tenemos que meternos ahí ahora? ¿Es que no tenemos otra cosa que hacer?
Yo pensaba lo contrario que Susana: ya que nunca lo hemos hecho, ¿por qué no hacerlo ahora? Estaba claro que Alex y Laura iban a entrar igualmente, y a lo mejor hasta conseguían arrastrar a Susana.
-¿Y tú qué dices -preguntó ella, dirigiéndose a David-? ¿O es que nos quieres meter miedo con tanto silencio?
David se levantó del bordillo donde estaba sentado y se arregló las solapas de la chaqueta larga y negra.
-¿Por qué no hacemos una votación?
Alex:
-Eso, o lo echamos a suertes
-¡Claro, la voz de la justicia! -replicó Susana, con voz de trailer de película de acción.
Mientras ellos discutían, David se acercó a mí y me susurró:
-No te preocupes.
Tenía un tono conciliador, casi paternal. Después, sin dejar de mirarme, levantó la mano diciendo "Yo sí quiero entrar."
Un velo de lágrimas se asomó a los ojos de Susana, como le ocurre cada vez que se enfada mucho.
-Ah, muy bien, pensé que siendo tan mayor y tan maduro como pareces estas tonterías no te interesaban, pero ya veo que eres igual de crío que ellos... pues venga, ¡todos adentro! Yo no pienso moverme de aquí hasta que no salgáis, y si veo que tardáis mucho llamaré a la policía.
Al ver que a Laura no le había gustado nada esa última idea -¿habría algo más humillante que la policía llamando a sus padres después de haberle estropeado la noche?), preferí hablar yo con Susana antes de que la discusión empeorase.
-Entiendo que no quieras entrar, pero te prometo que no nos pasará nada. Por favor, vuelve a casa y duerme. Antes del amanecer te enviaré un mensaje.
La mirada furiosa de Susana se volvió triste.
-Pero... yo pensé que te quedarías aquí conmigo...
No supe qué decir. Mientras Laura y Alex caminaban hacia el portal de la Casa, David estaba de pie mirando hacia donde estábamos nosotras; el viento le movía los cabellos ondulados.
-Olvídalo: ve con él, te está esperando. Que Dios te bendiga -dijo finalmente Susana, cansada; luego puso delante de mis labios la cruz de oro que siempre llevaba colgada al cuello para que yo la besara: sabía que yo lo haría aunque sólo fuera por tranquilizarla. No quise mirar su rostro por si había empezado a llorar. Entonces noté una mano que se apoyaba en mi espalda.
-Vamos.
David había retrocedido unos pasos hasta donde estaba yo y me invitó a andar hacia la puerta. La conciencia me dolía por haber dejado sola a Susana, pero una emoción muy dulce se agitaba en mi interior al caminar al lado de David, sabiendo que en unos momentos íbamos a compartir algo; no sabíamos qué, pero algo lleno de misterio que reforzaría nuestra confianza mutua.
La puerta estaba abierta. Alex y Laura no parecían haber encontrado muchas dificultades en abrirla. Seguramente habría sido forzada en otra ocasión. La luz que venía de los faroles en la calle y de la luna alumbraba levemente la entrada, que consistía en un pasillo estrecho y corto, de baldosas rotas blancas y negras, que daba a unas escaleras de caracol. Yo había dejado de pensar en Susana, y subía las escaleras despacio junto a David. Sólo se oían nuestros pasos sobre los estrechos y rasgados peldaños de mármol y, más lejos, las voces de los otros dos. Cuando llegamos al primer piso sólo llegaba luz desde un ventanuco que daba a la parte trasera de la casa. David sacó una linterna de su bolsa y pudimos ver las cuatro puertas que había en el rellano. Las voces de Laura y de Alex, que a ratos reían nerviosamente, se oían ahora amortiguadas, como si vinieran de una habitación con la puerta cerrada.
Tomado de la red.