Pensativo estaba el Cid viéndose de pocos años para vengar a su padre matando al conde Lozano; miraba el bando temido del poderoso contrario que tenía en las montañas mil amigos asturianos; miraba cómo en la corte de ese buen rey Don Fernando era su voto el primero, y en guerra el mejor su brazo; todo le parece poco para vengar este agravio, el primero que se ha hecho a la sangre de Lain Calvo; no cura de su niñez, que en el alma del hidalgo el valor para crecer no tiene cuenta a los años. Descolgó una espada vieja de Mudarra el castellano, que estaba toda mohosa, por la muerte de su amo. «Haz cuenta, valiente espada, que es de Mudarra mi brazo y que con su brazo riñes porque suyo es el agravio. Bien puede ser que te corras de verte así en la mi mano, mas no te podrás correr de volver atrás un paso. Tan fuerte como tu acero me verás en campo armado; tan bueno como el primero, segundo dueño has cobrado; y cuando alguno te venza, del torpe hecho enojado, hasta la cruz en mi pecho te esconderé muy airado. Vamos al campo, que es hora de dar al conde Lozano el castigo que merece tan infame lengua y mano». Determinado va el Cid, y va tan determinado, que en espacio de una hora mató al conde y fue vengado.
|