De que Dios es cruel,
de que no tiene ni amor, ni justicia,
pero en realidad solo nosotros somos injustos en nuestros pensamientos.
Creemos merecer todas las alegrías y todos los éxitos,
y si nos sobrevienen algunas desgracias,
pensamos que el Cielo nos las envía sin ninguna razón.
Olvidamos que, cada día, Dios nos da la posibilidad de escuchar,
de ver, de respirar, de andar, de sentir, de pensar…
¡Cuánta ingratitud!
En vez de importunar al Señor con reclamaciones y continuas quejas,
debemos pensar cada día en la deuda colosal que tenemos con Él…
De lo contrario, lo perderemos todo.
Si no apreciamos la salud, caeremos enfermos.
Si no estamos agradecidos por tener un cerebro, unos ojos, unos oídos,
nos volveremos estúpidos, ciegos, sordos…
y cuando hayamos perdido una de estas riquezas,
empezaremos a comprender lo que representan.
|