Era una sensación que llegaba en sus instintos en una ráfaga, una fuerza natural que llevaba sus deseos a la locura sin que nada pueda hacer sino terminar completamente mojada, sometida a mi voz, a mi piel cubierta de fuego, a la agitación de mi pecho y al propósito de mis brazos sosteniendo su cintura, sus nalgas en los movimientos de gloria, de delirios y de orgasmos.
No estaba lejos de su cuerpo en esos momentos, estaba ahí en la elevación de la temperatura de sus venas, en su pecho que derramaba suspiros sobre mi vientre, en las sabanas inundadas del sudor y la humedad que bajaba de sus piernas, en sus dedos que se clavaban en la almohada cerrando los puños, en sus aullidos de loba en luna llena y en sus labios que bebían satisfecha las últimas gotas debajo de mi cintura.
-No puedo contigo, jamás me sucedió algo así.
No quería que la culpa invada su conciencia y haga estragos en su dignidad y su moral, no era la única responsable de esa aventura de riesgos y de pasión salvaje y si habría que pagar el precio justo de la condena, las llamas del fuego del averno era el lugar perfecto para dejar en cenizas nuestras ganas, nuestras almas.
- ¿Cuándo nos volveremos a ver?