¡Claro que soy el culpable!
No debí haber cedido a la tentación de sus ojos
que en el resplandor de su brillo me acertaron
de lleno en el centro del alma,
no debí haberme dejado seducir en su entusiasmo
de mujer, en las bondades de su encanto,
en la magia de su voz que cada día
me arrastraba más y más hasta dejarme
preso en las redes de su seducción divina.
¡Claro que soy el culpable!
Siendo un hombre de respeto, de alta moral,
el ejemplo de éxito y de progreso,
para muchos admirado teniendo
una mujer digna a mi lado, mi esposa,
la compañera de mi destino
que en su silencio me grita en cada uno
de los instantes la ingratitud de mis actos,
de mi distancia en las que ella se acerca
y yo me alejo tirando mi desprecio en su piel.
¡Claro que soy el culpable!
Navego como un buque perdido a la deriva
en un océano de lágrimas interminables,
un hombre que tiene encima de los hombros
una cruz de hierro, la culpa de sus decisiones
y en las que cada paso que da lo conducen
a un callejón sin salida, a un acantilado sin fondo,
solo aferrado a un sueño imposible,
a un amor que promete un cielo de pasión,
de felicidad dejando a su paso
un alud de tristeza, de desolación…