Déjame seducir tus instintos, me dijo.
Déjame acariciar tu cuerpo sin tocarlo, sin besarlo,
sin invadirlo, déjame seducir tu mente.
Con suma delicadeza me desnudo, me postro sobre la cama,
mi cuerpo ya era suyo.
Mi mente se dejó llevar, quería probar esas
sensaciones a las que me invitaba.
Cubrió mis ojos, y me dijo relájate, algo imposible,
mi corazón ya estaba a mil.
Comenzó a sonar una insinuante música que sin darme cuenta
me incitó a dejarme llevar.
La rosa rozó mi cuello, la olí, comenzó a acariciarme con ella,
repasaba despacio mis senos, recreándose en ellos, sentí su sutil caricia.
Mis senos respondieron a esa caricia y se abrieron
mostrando todo su esplendor, deseaba no parar el roce.
Se acercó a mis costados, mi respiración agitada mostraba
la silueta de mis costillas, y bajo mi vientre,
dejando ese aroma dulzón en mi torso.
Mi vientre reaccionó intensamente, la rosa acariciaba suavemente
mis ingles y mi cuerpo se agitaba deseando otro tipo de caricias,
que mi mente sabía que no habría.
Pero comenzaba a ansiarlas, mis piernas se entreabrieron
ligeramente, la rosa me acarició con delicadeza,
mi cadera comenzó a arquearse, era tan sutil la caricia
que me provocaba una excitación que sin querer
mi mente iba dibujando, no me dejaba expresarme,
pero mi cuerpo reaccionaba a cada provocación.
Iba imaginando, mi sexo sintió una reacción, sentí una ligera
presión, las caricias se intensificaron y sin casi darme
cuenta mi cuerpo regó la flor, tan sutilmente que mi cuerpo
se ahogó un gemido.
Los pétalos cayeron sobre mi vientre y mi cuerpo
quedó abierto como tierra fértil.
Sentí como se intensificaron las ganas, el deseo,
la lujuria se apoderó de mí, amé la rosa.
El aroma dulzón quedó impreso entre mi cuerpo y su flor.