Doy y recibo partiendo del amor de Dios en mí.
En cualquier momento
en que me sienta desilusionado o triste,
me dirijo a mi interior a la presencia de Dios.
El descansar en el amor puro de Dios,
me calma y me consuela.
El amor que comparto
con los demás surge de esta
Presencia en lo más íntimo de mi ser.
Con cada palabra y acción consideradas
y compasivas, soy un conducto del amor de Dios.
Traigo a la mente la oración de San Francisco,
una oración honrada y dicha por siglos.
Sus palabras me dan la seguridad de que a medida que doy,
recibo: Haced que yo no busque tanto ser consolado,
sino consolar; ser comprendido, sino comprender;
ser amado, como amar.
Porque es dando que se recibe.
Que nuestro Señor Jesucristo …
anime sus corazones y los mantenga a ustedes
constantes en hacer y decir siempre lo bueno.
—2 Tesalonicenses 2:16-17

|