
Había una vez , en una zona de altas montañas,
una águila que enseñaba a su pichón a volar.
Aquellos días de verano eran benignos
y de cielo despejado.
Un día, llegado el otoño,
el cielo se cubrió de densas nubes negras.
El pichón,
acostumbrado a ver el cielo y el sol,
pegó un grito de desesperación.
No veía ese manto celeste
con su sol resplandeciente.
El águila, viendo esto,
le pidió que le acompañara.
Juntas remontaron vuelo
en dirección a las nubes.
Luego de una trabajosa travesía,
ambas estaban por encima de las nubes.
El pichón estaba loco de alegría,
se había superpuesto a esas negras nubes
que le ocultaban su sol y su manto azul.
Moraleja:
Creo que a veces debiéramos
desplegar nuestras alas
y animarnos a volar más alto.

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