

La misión de la espiga
nos es ser el lugar definitivo para la semilla.
Cada semilla
debe asumir la vida de una manera tan suya y personal,
que pueda vivir-
la independientemente de la espiga en la que maduró.
Toda semilla que quiera cumplir con su vocación de vida,
y con su misión por los demás,
debe aceptar la deschalada y el desgrane.
Sólo si ha asumido su vida en plenitud
y de una manera personal,
será capaz de seguir viviendo luego de la desgranada.
Y así podrá incorporarse al gran ciclo de la siembra nueva.
Si su vida es auténtica y acepta
hundirse en el surco de la tierra fértil,
su lento germinar en el silencio aportará al sembrado
nuevo una planta absolutamente única,
pero que unida a las demás,
formará el maizal nuevo.
No es el maizal el que valoriza la identidad de las plantas.
Es el valor irremplazable de cada planta en su riqueza y fecundidad lo que valoriza al maizal.
No es la sociedad nueva la que creará los hombres nuevos.
Son los hombres nuevos quienes formarán la nueva sociedad.

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