No tenemos que esperar al fin
de los tiempos para salir de la tumba
y resucitar.
Para resucitar debemos simplemente
trabajar cada día sobre nosotros mismos
a fin de triunfar sobre todas nuestras debilidades.
Ese trabajo actúa sobre las células de nuestro cuerpo,
las purifica, las ilumina, las vivifica.
Es ese movimiento vibratorio más y más intenso
el que poco a poco se comunica con todas nuestras células
y prepara nuestra resurrección.
¡Si los humanos supieran
el número de tumbas que transportan en ellos!
Esas tumbas, son todas las células
que deben regenerar
aprendiendo a alimentarse de elementos de la vida espiritual.
Entonces, una a una,
las tumbas se abren y una cantidad de pequeñas almas
que parecían aparentemente muertas,
pero que en realidad dormitaban, comienzan a salir.
Fenómenos análogos
se observan por todas partes en la naturaleza.
Una semilla es una tumba
en la que la vida
permanece escondida hasta el momento,
en que el ángel de la primavera llama
a la puerta para hacerla salir.
E igualmente, la cáscara de la que sale el pollito.
Si existe la costumbre de ofrecer huevos en Pascua,
es porque el huevo,
precisamente, simboliza la promesa de una nueva vida.
Omraam Mikhaël Aïvanhov
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