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Dónde la humedad se guarda asistidora y mansueta y el resuello del calor no alcanza a la Madre Gea, suben, suben silenciosos como unas palabras lentas, en silencio suben, suben estos duendes manos quietas.
Y cuando tienen la alzada de la garza o el flamenco, ya descansan y se quedan latiendo de su misterio. ¡No pasar por ellos, digo, dejarlos, que están durmiendo! Porque sólo yo, fantasma, ni los doblo ni los hiero.
Óiganlos dormir, dormir sin moverles un cabello. Ellos no viven ni mueren, sólo escuchan el silencio, y con el silencio hacen cosa que no conocemos: sueño de niños o danzas de unos enanos traviesos. Quedan así entredormidos custodiando su secreto y tal vez mi propio sueño.
Duerman los helechos altos callados como un secreto, sigan latiendo dormidos así, callando y latiendo.
¡Qué dulce su frente fría y su aspiración de cielo! En el aire van y van y restan, restan, quedados, y se parecen al monje que entrega en su rezo el alma. Duerman los helechos altos que yo guardaré su sueño.
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