Discreto y prudente son los adjetivos que más se han repetido a la hora de describir a Sabino Fernández Campo. Y es que su carrera pareció girar en torno a un concepto tan valioso como intangible: el silencio. "No está necesariamente reñido con la crítica. Yo no quiero presumir de silencio, de callarme porque no puedo decir las cosas gravísimas que sé. Pero el silencio es importante, hay muchas cosas que no interesa decir. He llegado a una edad de máxima prudencia, de no querer ofender a nadie y de pedir perdón y perdonar a los demás", decía en una entrevista concedida tras sobrepasar la barrera de los 80 años. Y el silencio, ese silencio absoluto, llegó a su vida el 26 de octubre, sobre las 00.15 horas en la Unidad de Cuidados Intensivos de la Clínica Ruber Internacional de Madrid.
Fernández Campo nació en Oviedo el 17 de marzo de 1918. Hijo único de comerciantes, se educó en un ambiente ilustrado y derechista que le llevó a alistarse en las tropas falangistas tras los sucesos de la Revolución de Asturias. Su misión fueron las tareas de abastecimiento y durante la Guerra Civil ingresó en la Academia del Ejército de Tierra.
Cinco años después de la victoria franquista, se licenció en Derecho y en 1959 comenzó su ascendente carrera política: fue secretario de seis ministros del Ejército, subsecretario de Presidencia en 1975 a propuesta del ministro Alfonso Osorio y de Información y Turismo en 1976 en el Gobierno de Arias Navarro. Además, en mayo de 1980 ascendió a general interventor del Ejército.
Sin embargo, a pesar de su convicción durante el franquismo, Fernández Campo se reveló después como un firme defensor de la democracia.
En 1977 entró en la Casa del Rey como secretario general, en sustitución de Alfonso Armada, quien le había propuesto para sucederle, y ocupó el cargo hasta 1990. Durante todos esos años fue el fiel acompañante del Rey Juan Carlos y su familia, el encargado de preparar los viajes o visitas de Estado, del protocolo, la prensa... En definitiva, de gestionar las palabras y los silencios.
"Mi papel ha sido siempre secundario, se ha caracterizado por estar siempre al lado de alguien, nunca por encima. Ser secundario es no querer nunca ocupar el puesto principal, sino aconsejar bien y estar siempre al servicio", dijo de sí mismo.
Clave durante el 23-F
Pieza clave en el organigrama de la Casa Real, Fernández Campo desempeñó un papel importante en el intento de golpe de Estado del 23-F. A él, firme defensor del juancarlismo, se le adjudica el mérito de haber preservado la monarquía parlamentaria frente a la dictadura coronada que pretendían los generales monárquicos. "Todo el mérito es del Rey. Yo sólo tuve la suerte de estar al lado de él, suerte de la que no quiero vanagloriarme. Soy muy compañero de mis compañeros y fue muy triste que gente querida del Ejército se equivocara, lo lamenté muchísimo", decía, humilde.
Y es que en las inciertas horas del Golpe él ayudó al rey Juan Carlos I realizando llamadas a diversos sectores militares, como capitanías generales, Estado Mayor, etc. Y suya fue la famosa frase tras una pregunta del general Juste (general de la división acorazada Brunete) sobre si Armada había llegado al Palacio de la Zarzuela. "Ni está, ni se le espera" fue su respuesta.
El 22 de enero de 1990 fue nombrado jefe de la Casa de Su Majestad el Rey, sustituyendo a Nicolás Cotoner, Marqués de Mondéjar. En el ejercicio de este cargo, el 30 de abril de 1992, fue nombrado conde de Latores, con Grandeza de España, por su "larga y brillante trayectoria de servicios destacados, militares y civiles, al Estado", según el real decreto publicado en el BOE de 6 de mayo de 1992.
Sin embargo, la relación no tuvo un final tan feliz como se esperaba: el 8 de enero de 1993 cesó como jefe de la Casa Real, puesto en el que fue sustituido por el diplomático José Fernando Almansa. Mucho se habló entonces de conspiración para quitarle de en medio. "Sí, en su día soporté la urdimbre que me destituyó de La Zarzuela, y me demostró que soy fuerte. Fue injusto, pero Dios es muy generoso y a veces pone las cosas en su sitio. Estoy muy satisfecho de haber sufrido, confesaba ya en la vejez.
Católico, padre de 10 hijos, este hombre clave en el resurgir de la democracia española fue múltiples veces condecorado y homenajeado.