“Un Regalo Especial” de Fabrizio Guzmán.
- “¡Corre, corre! ¡¡Ya casi es hora!!” Gritaba uno de los renos a sus compañeros mientras tomaban posiciones para poder despegar e ir a repartir los regalos.
- “Yo siempre he ido a la izquierda, donde mi hermoso perfil se remarca delante de la luna llena…”, alegaba el más pretencioso de los renos.
- “¿Tú? No me hagas reír, esta es MI posición”, rebatió otro reno que quería ese lugar.
- “¿Pueden dejar de discutir?, hay un problema, ¿Dónde está Santa? Sólo falta él…”, preguntó impaciente Rudolph.
- “Eehm…No tengo la menor idea, pero deberían estar buscándolo, se hace tar… ¡Oye! Ese es mi lugar, ¡Ladrón!”.
- “ERA…querrás decir…je, je, je”.
Santa Claus se había quedado dormido. Por primera vez, en los siglos y siglos en que trabaja obsequiando regalos a todos los niños del mundo, el sueño lo vencía, lo que era grave, ya que podía arruinar el evento más esperado por los más pequeños durante todo el año, la Navidad.
Charles, uno de los duendes más cercanos, llegaba a perder el aliento de tanto gritar el nombre del extraviado Santa. Con sus cortas piernas, tardó mucho tiempo en recorrer cada lugar de la casa, pero al fin logró dar con él.
- “¡Despierte! ¡Deprisa! Santa, debemos partir de inmediato”
- “¿¡Qué, ca…co…per..?!”
- “Perdón por despertarlo tan violentamente, pero son las 10:57 pm, deberíamos haber partido hace casi una hora…”
- “¡Pero cómo es posible! Prepara a los renos, enciende mi trineo, debemos despegar ¡ahora ya!”
- Señor…hace mucho rato que ya está todo eso listo…
- ¡Oh!…jo, jo, jo, jo…vamos entonces.
Así comenzaron casa por casa, chimenea por chimenea, a entregar cada uno de los millones de regalos. Primero por Europa, luego África, Asia, en fin, en cada rincón del planeta se paseaba a la luz de la luna la silueta de Santa Claus y su trineo en lo alto del cielo, pero el tiempo se acababa, y, lamentablemente, si no alcanzaba a llegar a un lugar antes de las 12 en punto, simplemente ese hogar quedaría sin presentes.
- “¡Arre, arre!”, repetía incesantemente Santa Claus, exhausto luego de trabajar a casi tres veces la velocidad normal con la que opera cada Navidad.
Los renos ya no daban más. Hasta la brillante nariz roja de Rudolph parecía apagarse del cansancio. Los minutos se hacían segundos, y aún quedaba un continente entero donde cada familia esperaba que aparecieran los regalos debajo de sus respectivos pinos decorados.
El último país en recorrer siempre es Chile, “por la lejanía”, como dice el mismo Santa. Lo malo, es que esta vez, por el retraso, éste peligraba de quedar en su totalidad sin regalos. Quedaban diez minutos para las 12 en punto, y faltaba la última parada. Sin embargo, y milagrosamente, Santa logró recorrer de Arica a Punta Arenas el país, (Chile).
- “¡¡Lo hicimos!!” Celebraban una vez de vuelta en el Polo Norte renos, duendes, hadas y Santa, al lograr conseguir repartir los regalos. Pese al gran retraso, todo estaba cumplido.
- “No puedo creer aún que lo hayamos logrado”, repetía uno de los renos mientras bebía chocolate caliente.
- “Iré a ordenar todo”, dijo Charles, y se dirigió con una sonrisa de oreja a oreja hacia el trineo, pero algo brillaba tenuemente en éste.
Con cierto estupor, y con su sonrisa cada vez menos notoria, Charles daba pequeños pasos, uno a uno, y sigilosamente se acercaba hacia el trineo. Levantó la bolsa de regalos, y debajo de ella quedaba uno. Un niño, en algún lugar del mundo, se quedó sin ese presente.
Tomás tenía siete años. Vivía en una pequeña casita de madera, en la localidad de Porvenir. La Navidad para él, fue distinta a la de la mayoría de los niños del mundo. Su regalo, no había llegado a sus manos, y Santa, se enteró de aquello.
- “¡¡Esto no puede estar ocurriendo!!” Exclamó Santa entre llantos y desesperación. Había faltado un regalo, y no podía perdonárselo…es más…su pesar duró por varios meses.
Después de lo ocurrido, en el colegio, Tomás se negaba a hacer cualquier cosa relacionada con la Navidad. Despreciaba los pinos, les daba puntapiés a cada viejito de barba blanca y lentes que se le cruzaba en el camino, y no soportaba ver la combinación del verde con el rojo, de hecho, odiaba esos colores y jamás usaba crayones de esa tonalidad, pintando, por ejemplo, el pasto de color naranjo o fucsia.
Sus padres ya no hallaban qué hacer. El espíritu anti-navideño que embargaba a Tomás era irremediable, y cualquier excusa que ellos trataban de darle debido a la ausencia de regalos, él simplemente no la tomaba en cuenta, corría, daba un portazo, y se encerraba en su habitación a llorar desconsoladamente.
Santa, muy preocupado por Tomás, recibía informes de huemules amigos que vivían cerca del pequeño, así se podía enterar de lo que acontecía. Los comunicados eran siempre negativos y describían la infelicidad del niño, de esta forma, Santa al sentirse tan culpable, decidió pedirle a Charles ir hacia donde Tomás, y darle un obsequio, en compensación por el que no recibió.
Primero apareció en la pequeña casa de madera con un balón de fútbol, Tomás lo rechazó. Después, decidió regalarle un pony, tampoco lo aceptó. Un Play Station, y el mismo resultado ocurrió. Cada uno de los regalos que enviaba, eran despreciados por Tomás. Santa no se explicaba qué era lo que pasaba, por lo que resolvió ir personalmente a hablar con el pequeño.
- “¿¡Viejito Pascuero!?” Con ojos muy abiertos exclamó asombrado Tomás, sin poder creer quien visitaba su hogar.
- “¿Qué sucede, Tomás, por qué no aceptas los regalos que te he enviado?” Preguntó Santa tímidamente, tratando de encontrar al fin una respuesta.
- “Nada de lo que puedas ofrecerme me interesa…” respondió entre sollozos Tomás.
- “Sólo dime qué es, y te aseguro que lo podré obtener: una casa, un avión, una montaña rusa, lo que sea…” rogaba Santa, para tratar de revivir el espíritu navideño de Tomás que pensaba le había quitado.
- “Viejito…mi abuelita estaba muy enferma…y sólo le pedí a usted que ella se recuperara y siguiera viviendo…pero ella murió un día después de la Navidad”.
- …
Santa enmudeció. Experimentó un pesar en el fondo de su alma jamás antes vivido, donde sentía que su cuerpo de desmoronaba lentamente en mil millones de pedazos, pero, a la vez, sabía que había aprendido una importante lección en esos instantes.
Desde ese día, la Navidad alrededor del mundo cambió. Y lo material dejó de ser lo esencial. Santa trabajó junto a Charles y los renos para crear una Navidad mucho más espiritual, guardando en su gran bolsa no sólo regalos, sino que también amor. Y la Navidad siguiente, de parte de todos quienes trabajaban con él, recibió un regalo muy útil…un despertador.