Me gustaría contaros un hermoso cuento de la India. Dicen que tres hombres ciegos solían competir para ver cuál de ellos era el más sabio. Un día, al no llegar a un acuerdo acerca de la forma exacta de los elefantes, salieron a la selva en su búsqueda. Pronto toparon con uno que estaba sentado a la orilla de un río. El primero de los ciegos chocó contra el costado del animal y concluyó que era como una pared de barro secada al sol. El segundo tocó dos objetos muy largos y puntiagudos que se curvaban por encima de su cabeza, los colmillos del animal, concluyendo que un elefante era como un par de lanzas curvas. El tercero, al tocar la trompa del animal, confirmó que, sin lugar a dudas, el elefante era como una larga serpiente peluda.
Cuando los tres hombres se sentaron a compartir sus conclusiones, todos creían tener razón, por lo que, en lugar de flexibilizar sus posturas e integrarlas, se fueron radicalizando hasta acabar cada uno por su camino, convencidos del error de los otros dos.
Cada persona posee una percepción subjetiva del mundo, que es una parcela de esta realidad que nos rodea. Si somos capaces de escuchar la verdad de nuestra pareja, de nuestros hijos y amigos; si nos interesamos por comprenderlos y ver la vida desde su óptica, si nos abrimos a otros pueblos y culturas con sinceridad y respeto, entonces alcanzaremos un entendimiento más amplio y completo, lejos de perder nuestra identidad o verdad del mundo.
Las actitudes rígidas nos llevan a una lucha estéril por convencer, dominar y controlar, tanto a los otros como a nosotros mismos. Pero si aprendemos a flexibilizarnos, nos podremos unir a nuestros prójimos en la búsqueda de una verdad más elevada, lo cual nos convertirá en seres más sabios, confiados, cercanos, respetuosos y solidarios. Este es el arte de comvertirse en persona.