El hombre es la más elevada de las criaturas. La mujer es el más sublime de los ideales. Dios hizo para el hombre un trono; para la mujer un altar. El trono exalta; el altar santifica. El hombre es el cerebro, la mujer el corazón; el cerebro fabrica la luz; el corazón produce el amor. La luz fecunda; el amor resucita. El hombre es fuerte por la razón; la mujer es invencible por las lágrimas. La razón convence; las lágrimas conmueven. El hombre es capaz de todos los heroísmos; la mujer de todos los martirios. El heroísmo ennoblece; el martirio sublimiza. El hombre tiene la supremacía; la mujer la preferencia. La supremacía significa la fuerza; la preferencia representa el derecho. El hombre es un genio; la mujer un ángel. El genio es inmensurable; el ángel indefinible. La aspiración del hombre es la suprema gloria. La aspiración de la mujer es la virtud extrema; la gloria hace todo lo grande; la virtud hace todo lo divino. Es hombre es un código; la mujer un evangelio. El código corrige; el evangelio perfecciona. El hombre piensa; la mujer sueña. Pensar es tener en el cráneo una larva; soñar es tener en la frente una aureola. El hombre es un océano; la mujer es un lago. El océano tiene la perla que adorna; el lago la poesía que deslumbra. El hombre es el águila que vuela; la mujer es el ruiseñor que canta. Volar es dominar el espacio; Cantar es conquistar el alma. El hombre es un templo; la mujer el sagrario. Ante el templo nos descubrimos; ante el sagrario nos arrodillamos. En fin... El hombre está colocado donde termina la tierra; la mujer donde comienza el cielo.
Victor Hugo
|