VIVIRE ETERNAMENTE...
El día llegará en que en determinado momento
un médico comprobará que mi cerebro
ha dejado de funcionar y que, definitivamente,
mi vida en este mundo ha llegado a su término.
Cuando tal cosa, ocurra, ni intentéis infundirle a mi cuerpo
una vida artificial con ayuda de alguna máquina,
y no digáis que me hallo en mi lecho de muerte.
Estaré en mi lecho de vía, y ved que éste mí cuerpo
sea retirado para contribuir
a que otros seres humanos hagan una mejor vida.
Dad mis ojos al desdichado que jamás haya contemplado el amanecer,
que no haya visto el rostro de un niño,
o en los ojos de una mujer, la luz del amor.
Dadle mi corazón a alguna persona a quien el propio,
solo le haya valido interminables días de sufrimiento.
Mi sangre dadla al adolescente rescatado de su automóvil en ruinas,
a fin de que pueda vivir hasta ver a sus nietos retozando a su lado.
Dad mis riñones al enfermo que deber recurrir a una máquina
para vivir de una semana a otra. Para que un niño lisiado pueda andar,
tomad la totalidad de mis huesos, todos mis músculos,
las fibras y nervios todos de mi cuerpo.
Hurgad en todos los rincones de mi cerebro.
Si es necesario tomad mis células y haced que se desarrollen,
de modo que algún día un chico sin habla logre gritar con entusiasmo
al ver caer un gol y que una muchachita sorda pueda oír el repiquetear
de la lluvia en los cristales de la ventana.
Lo que quede de mi cuerpo entregadlo al fuego,
y lanzad las cenizas al viento para contribuir al crecimiento de las flores.
Si algo habéis de enterrar, que sean mis errores,
mis flaquezas y todos mis prejuicios contra el prójimo.
Si acaso quisiereis recordarme, hacedlo con una buena obra
y diciendo alguna palabra bondadosa a quien tenga necesidad de vosotros.
Si hacéis todo esto que os pido, viviré eternamente.
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