Mi niño
Miré tu carita sonriente; te escuché hablar con tal pasión de aquellas metas que alcanzar quieres y que tanto desea tu corazón.
Tus ojitos poseían un brillo tan hermoso como el de las estrellas; y no parabas de hablar de las hazañas del día.
Te mirabas tan feliz, tan contento que por un leve momento vino a mi mente el recuerdo de cuando en mis entrañas vivías.
Recordé que me pateabas, provocando una leve molestia en mis costillas, y a pesar del dolor me sonreía.
Hoy se que jamás volveré a experimentar el milagro de la vida; pero se también que jamás olvidaré que Dios te envió a dar alegría a mi vida.
Colaboración de Isabel Pinedo Martínez México
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