Cuando damos lo mejor de nosotros mismos a otra persona,
cuando decidimos compartir la vida,
cuando abrimos nuestro corazón de par en par
y desnudamos el alma hasta el último rincón,
cuando perdemos la vergüenza ,
cuando los secretos dejan de serlo, al menos merecemos comprensión.
Que se menosprecie,
ignore o desconozca fríamente el amor
que regalamos a manos llenas es desconsideración
o, en el mejor de los casos, ligereza.
Cuando amamos a alguien que además de no correspondernos
desprecia nuestro amor
y nos lastima con su indiferencia,
estamos en el lugar equivocado.
Esa persona no se hace merecedora del afecto que le prodigamos.
La cosa es clara:
si no me siento bien recibido en el corazón de alguien,
empaco y me voy.
La misión de todos en este mundo es encontrar
la felicidad, pero la real, no la que creemos que es.
Nadie se quedaría tratando de agradar
y disculpándose por no ser como les gustaría que fuera.
No hay vuelta de hoja.
En cualquier relación de pareja que tengas,
no te merece quien no te ame ni te comprenda,
y menos aún, quién te lastime.
Y si alguien te hiere reiteradamente sin mala intención,
puede que te merezca, pero no te conviene.
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