Miré tu carita sonriente;
te escuché hablar con tal pasión
de aquellas metas que alcanzar quieres
y que tanto desea tu corazón.
Tus ojitos poseían un brillo
tan hermoso como el de las estrellas;
y no parabas de hablar
de las hazañas del día.
Te mirabas tan feliz, tan contento
que por un leve momento
vino a mi mente el recuerdo
de cuando en mis entrañas vivías.
Recordé que me pateabas,
provocando una leve molestia
en mis costillas,
y a pesar del dolor me sonreía.
Hoy se que jamás volveré
a experimentar el milagro de la vida;
pero se también que jamás olvidaré
que Dios te envió a dar alegría a mi vida.