debería ser uno, que cuando lo leyeras te quedaras patidifuso. El mejor poema del mundo tendría que tener cosas dulces, cosas, que sin probarlas ni comerlas, te llenaran y te hicieran saborear todas y cada una de las palabras. El mejor poema del mundo debería recordarte a las personas que ya se fueron y hacerte soñar que siguen estando que te dan sus abrazos y aunque no estén, están. El mejor poema del mundo debería tener un poco de tristeza, un poco de alegría, un poco de sentimiento, un poco de amor, un poco de sufrimiento, muchos, muchos sueños, unos inalcanzables y otros al alcance de la mano y enseñanza, y sabiduría y, ¿porqué no? alguna que otra mentirijilla. Y debería llevar todos los colores que el arco-iris guarda, y todas las palabras que se han olvidado ya, y también las nuevas, y que cuando lo leyera dijera lo quiero volver a leer. Y que cuando escuchara en mi cabeza la primera frase del poema sintiera que la felicidad me inunda que me ha cambiado sin saberlo y que me siento bien. El mejor poema del mundo no se vendería a nadie, sería libre y de todos, y en las calles de las ciudades, en cada barrio, en las plazas de pueblos, los alguaciles lo pregonaran. El mejor poema del mundo yo creo que es la propia vida, y cada cual a su manera lo lleva siempre encima.