Yo fui la más callada de todas las que hicieron el viaje hasta tu puerto.
No me anunciaron lúbricas ceremonias sociales, ni las sordas campanas de ancestrales reflejos; mi ruta era la música salvaje de los pájaros que soltaba a los aires mi bondad en revuelo.
No me cargaron buques pesados de opulencia, ni alfombras orientales apoyaron mi cuerpo; encima de los buques mi rostro aparecía silbando en la redonda sencillez de los vientos.
No pesé la armonía de ambiciones triviales que prometía tu mano colmada de destellos: sólo pesé en el suelo de mi espíritu ágil el trágico abandono que ocultaba tu gesto.
Tu dualidad perenne la marcó mi sed ávida. Te parecías al mar, resonante y discreto. Sobre ti fui pasando mis horarios perdidos. Sobre mi tú seguiste como el sol en los pétalos.
Y caminé en la brisa de tu dolor caído con la tristeza ingenua de saberme en lo cierto: tu vida era un profundo batir de inquietas fuentes en inmenso río blanco corriendo hacia el desierto.